Hablemos de Eric Abidal. El galgo de La Martinica alcanzó estatus de héroe azulgrana, tras superar un cáncer de hígado que conmovió al mundo del deporte, al tiempo que el barcelonismo se congratuló de que él, en condición de sumo representante de los valores que deben encarnar el barcelonismo, fuera el elegido para levantar la Copa de Europa. Acto seguido, en días de vino y rosas, se especuló con la posibilidad, casi con la certeza, de que el Barça le ofrecería unas condiciones de futuro acorde con sus prestaciones. Después de derrotar a su tumor por goleada, el debate público sobre el futuro del lateral era unidireccional. Abidal, sin reservas y sin condiciones, sin ambages de ningún tipo, debía seguir siendo azulgrana. Se habló de contrato vitalicio; se publicó que habría una renovación automática; e incluso se llegó a decir que Abidal se retiraría del fútbol en Can Barça, donde después se le podría ofrecer, llegado el caso, un puesto dentro del cuerpo técnico. Guardiola, el vestuario, el aficionado y la prensa se rindieron al carisma de un chico que provocó una reacción unánime: Abidal tiene ADN Barça.